27 de junio de 2009

Los viajes de Gulliver (sueños III)

Me pareció bien ir de visita, miré en el mapa y simplemente apunté, Grecia. Está bastante más cerca que Egipto, lugar al que me hubiera gustado ir para contemplar esas impresionantes pirámides, esos oasis en medio del desierto, ese faro de Alejandría, esa biblioteca en llamas, esa gente que, en otro tiempo se consideraba un imperio con dinastías. Pero salió Grecia por escasos treinta centímetros, y fue al tocar el mapa con la punta de los dedos como me ahorré los gastos de gestión, las esperas del aeropuerto, e incluso el tiempo invertido en el viaje, que en este caso fue de unos insignificantes 0,453 segundos.
La perdida de memoria parece ser uno de los efectos consecuentes de estos súper viajes. No recuerdo si estuve en Atenas, en Creta, o vi al minotauro sentado tomando cerveza. Tampoco sé el tiempo que pasó, creo que estaba en una isla, y oí a un crustáceo discutiendo con un pájaro y me detuve a oír la conversación.

-El estado sólo representa a la sociedad que le conviene.
-¿Acaso, el Estado no es síntoma de pluralidad y complejidad?
-No, no lo es, ¿es moral, y no digo ya penoso, tener que arrastrar nuestras conchas todos los días?, dime tú que vuelas, cómo nos ves desde ahí arriba.
-Pues la verdad que muy pequeños, pero sois la base fundamental, gracias a vosotros tenemos la mecánica controlada, le damos a un día su tiempo necesario, podemos abrumarnos con millones de imágenes, y disponemos de la mejor vista que se pueda ver en el mundo, la vista de pájaro.
-¿Y yo he votado eso, la dominación de una clase explotadora sobre otras, los intereses de una minoría en el poder que consigan la cohesión social mediante la fantasía de la justicia, la fuerza pública para que actúen dejando claro para todos quién manda?
-No, seguramente tú no has ido a votar.
-Esta es una democracia de pocos y para pocos.
-Somos una sociedad de iguales, cada habitante tiene un voto.
-Los votantes no saben que las elecciones se saltan un análisis más profundo de los hechos cotidianos y de las contradicciones de las clases sociales.
-Ya me dijo mi padre que no me metiera a político...
-¿Sabes? Ustedes me hacen llorar, dicen que trabajan por nuestro futuro, que mejoran la calidad de vida, que llevan la paz a los pueblos, y que veo, no veo más que una manada de buitres comiéndose a esos pobres indefensos, batiendo sus alas y recogiendo el fruto de tierras que no son suyas, creando conflictos a base de dar más privilegios a unos que a otros...
-Aaahh no, eso sí que no, de mis queridos buitres no te consiento que hables así, estás manchando el honor de la familia Real, estás detenido aquí hasta nueva orden. Tienes derecho a permanecer en silencio, hasta el aire que respiras podrá ser usado en tu contra.

Como dije, no recuerdo bien los acontecimientos, no sabría decir exactamente si lo que sucedió después fue amaneciendo o anocheciendo, el caso es que creí estar en la época en que la genealogía helénica remontaba sus orígenes a héroes con carácter semidivino.
Recuerdo que me perdí unas cuantas veces, entre malezas de bosque tenía la sensación de estar dando vueltas en círculo, nada más lejos de la realidad, me estaba acercando a un palacio de dimensiones descomunales, aunque al principio no advertí la entrada sino que todo cambiaba a mi alrededor.
Sería complejo describir el material de las murallas, impreciso adivinar la suerte de especies animales, y sería imposible determinar el color de las hojas en de los árboles. Se oía como un coro a lo lejos, un canto que de a poco se hizo más intenso, y entre la exuberante vegetación corrían aguas muy cristalinas en las que nada se reflejaba. Cuando la música pasó de largo, como un cometa por el cielo, un llanto prolongado se instauró y los árboles comenzaron a segregar una sustancia, y comprendí que eran ellos quienes lloraban porque los duendes se habían ido a cantar a otro lado. Seguí a los duendes rápidamente, primero los vi bajando una montaña, luego ya de lejos, se embarcaban hacia las islas de Egeo.
Dejé Grecia en ese instante de apogeo, me invadía la curiosidad y me metí debajo del continente asiático por la cresta de un volcán que a mediados de año deja sus puertas abiertas. Descubrí un inmenso océano con dos orillas; una debajo del Mediterráneo y la otra a los pies de Japón. Eolo estaba literalmente haciendo el amor Júpiter y llevaban la luz a cualquier punto de la platónica caverna, había tanta luz que el día y la noche no existían, las criaturas de la tierra no dormían, las aves se desplazaban continuamente por un cielo de color blanco amarillento, y los peces salían del agua para andar de manera vertical porque eran sonámbulos. Creí haberme vuelto loco, pero no era más que un hechizo de los duendes que seguí, sin embargo la última imagen que vi hizo temblar mis piernas, acelerar mis sentidos, aclamar al tiempo un instante de perpetuidad, porque entre la arena de una de las orillas, los duendes habían introducido a una mujer en mis delirios, y como era delirantemente hermosa me quedé convertido en estatua de yeso...

Te creo cuando dices
que ves el futuro
y que sueñas tanto que toco tus pezones,
tu caminar descalzo, y aunque no lo creas,
de vez en cuando yo también te sueño,
y te digo millones de cosas
¿pero vos me escuchás?
Me escuchás porque estoy soñando,
soñando que estoy con vos aquí abajo,
en el fondo del océano.
Te sueño en el mundo real,
te veo y te puedo tocar,
y no muevo un palmo
porque me tienes hipnotizado,
me conviertes en estatua y te deleitas
tirando sin querer la ropa,
me dejas entre el estrecho de tus ojos
y la movilidad reducida
de pies a cabeza.

Termino por medir cada aire aspirado,
cada gota de sangre, cada poro transformado
con tus genes, con tu saliva.
Mi cuerpo se convierte en tus placeres ocultos,
en cuatro paredes de yeso,
que ven cambiar mis tejidos
más allá del amor conocido.

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