14 de noviembre de 2009

El diagnóstico (falta de empatía capítulo I)

Capítulo I (falta de empatía)
Parte Segunda:


"Para el que nunca ha vivido aquí es difícil hallar en su pensamiento la sensación que yo poseo; tranquilidad, relax, y sobre todo una sensación de bienestar cada día al despertar", pensaba Vigo, el padre de Laura, mientras divisaba el norte de las sierras extremeñas y el cielo con numerosos tonos violáceos. La noche se cristalizaba y las primeras estrellas asomaban por el horizonte.

Vigo lleva dos años en el centro psiquiátrico, desde que mató su mujer después de un brote de locura y desorientación. La escena ocurrió cuando su hija acababa de llegar a casa de trabajar. De repente Vigo tiró todas las cosas que había encima de la mesa, su mirada desbocada hacia la cocina, donde estaba su mujer Eloisa, hizo que ésta intentara huir despavorida junto a su hija, pero estaba atrapada ya que la única salida era por el pasillo y Vigo estaba justo en medio. Corrió en dirección a la mujer, su hija en acto de coraje cogió una botella de vino y se la rompió en la cabeza, quedando conmocionada por el acto, Laura sólo pudo saltar por encima y salir corriendo cuando volvió en sí.

Vigo perdía abundante sangre, y su mujer, pensando que ya estaba fuera de peligro, empezó a curar la herida de su esposo. Él hizo un gesto de asco y retrocedió hasta toparse con el trozo de botella que aún conservaba casi toda la integridad. El primer impacto hizo que el cristal rompiera por la parte de abajo, creando un objeto cortante mucho más peligroso.

Eloisa gritaba mientras su marido cortaba su cara a tiras. Cuando su hija llegó de nuevo a la vivienda, acompañada de un policía local y unos cuantos vecinos, se encontraron una escena dantesca; Eloisa presentaba heridas graves a la altura del cuello, en el abdomen, y en los brazos. La cara de la mujer se había convertido en un galimatías imposible de descifrar. Con todos estos acontecimientos Laura no pudo más y se echó a llorar, mientras se llevaron a su padre entre varias personas, ya que su agresividad seguía latente.

Vigo declaró en el juicio no acordarse de nada, y después de varios meses de escándalo y un seguimiento exhaustivo por parte de la prensa, el veredicto fue el siguiente: "Vigo Sanchez Martín, como organismo oficial de la justicia, y como juez de esta jurisdicción, queda el acusado declarado como culpable de homicidio, resistencia a la autoridad, y agravamiento por conducta. Será internado en la cárcel de Carabanchel por un periodo de 45 años, sin que se pueda reducir la pena bajo fianza ni por comportamiento.

Lo cierto es que Vigo sólo pasó un mes en la cárcel, después de intentar suicidarse en dos ocasiones, una nueva orden judicial lo trasladó a un centro psiquiátrico en el norte de la provincia cacereña. Desde entonces no había vuelto a tener actitudes suicidas, después de todo la medicina había empezado a hacer sus efectos; doce o trece horas de sueño, la mirada siempre perdida en el horizonte, la boca entreabierta dejando asomar un hilillo de baba, conversaciones sin sentido, depresión, angustia, y mareos constantes por las gotas solubles en el agua que le ayudaban a controlar la euforia que le provocaba el estar en un estado de violencia creciente. Los médicos evitaban a cualquier precio que tuviera algún brote, debido en parte a la cruenta historia que protagonizó, y debido también al extraño haz de luz que se dibujaba en sus ojos cuando permanecía horas mirando al infinito cielo.

Su comportamiento era el de un loco para alguien que fuese a visitarlo, pero en cambio su estado era cambiante, los enfermeros que lo atendían señalaban el aspecto positivo de un comportamiento muy apacible. era como si Vigo en realidad no recordase lo había hecho. Su mente estaba constantemente invadida por medicamentos y drogas que, en su caso, se trataban de fármacos relativamente nuevos y novedosos. era como una rata de laboratorio a la que se le hacen pruebas y no se tiene el menor remordimiento por ello. ese era el lugar en el que la sociedad pone a los cerebros que no encajan, a las mentes que no tienen cabida dentro de un mundo donde la normalidad cuadriculada lo rige todo.

Vestía una simple bata amarilla con una apertura por la parte trasera que va de arriba a abajo. El pelo corto, de piel blanca, y con una protuberancia en la barbilla. De una estatura media y con una edad que rondaba los 40 años, nadie podía imaginar que Vigo se pudiera escapar del centro, ni que su estado mental pudiera planear algo así.

Hacía ya un mes de su 43 cumpleaños pero nadie lo había llamado, sin embargo hoy, exactamente un mes después, tenía una llamada de su hija. Llevaban sin hablar desde que lo internaron en el centro de Plasencia, situado al norte de Cáceres.

La conversación había terminado de pronto, y se quedó un momento con el teléfono en la mano hasta que por fin colgó despacio para que el recepcionista no sospechara.

-Qué rápido has terminado- se interesó el chico mirándolo de cerca.
-Sí, no tenía tiempo y…- Dijo Vigo mientras se alejaba pausadamente.

Cualquiera podía escapar de aquel lugar si realmente quería. La única vigilancia que había que salvar estaba en la puerta principal, y aunque esto parezca un impedimento no lo es, lo vigilantes a veces aceptan sobornos, otras simplemente hacen la vista gorda. Esta vez Vigo saldría sin más por la puerta principal, el cambio de turno llegaba a las 13.00 horas, justo antes de comer. Era jueves, por tanto el vigilante que estaba hasta la una era Nicolas, y sería sustituido por Andrés; nuevo en este trabajo.

Nicolas conocía bien a Vigo, ya sea por las veces que le a prestado cigarrillos o por las veces en que había escuchado sus estrambóticas historias sin pies ni cabeza. De lo que estaba seguro es de que jamás dejaría que un enfermo escaparía así como así.

-Hola Nicolas, ¿tienes un cigarro?- preguntó Vigo sin mucho interés.
-No tengo, estoy esperando a mi compañero. Si quieres espera aquí, ya debería haber venido- advirtió éste al mirar su reloj.
-No tengo prisa- dijo calmando la tensión del guardia. -Puedo dar una vuelta por el jardín mientras llega- concluyó después de mirar la salida por un instante.
-Espera aquí, estoy preocupado por el nuevo, espero que no le haya pasado nada- acertó a decir Nicolas mientras se dirigía hacia la caseta donde guardaba su teléfono móvil.

Vigo sabía perfectamente lo que le había pasado al nuevo guardia. él mismo había lo había matado, ahora sólo rea cuestión de tiempo que alguien lo encontrara en los vestuarios del centro. Momento de incertidumbre que Vigo aprovechó para salir tranquilamente por la puerta sin que nadie lo viera.

Quince minutos antes, cuando Vigo paseaba por uno de los extremos del jardín, vio al nuevo guardia meterse a toda prisa en los vestuarios, y debido a su alboroto y prisa no se dio cuanta de cerrar las puertas, con lo que tenía a Vigo detrás suya portando una gruesa madera de las que se usan para las obras, con unos cinco clavos asomando por la parte contraria por donde lo había cogido. El golpe fue mortal, uno sólo bastó para que se clavara dos de los clavos y cayera desplomado al suelo. Vigo tardó un momento en reaccionar, tiró la tabla y se dio media vuelta. Mientras iba hacia la salida se preguntaba como librarse del otro...

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