15 de noviembre de 2009

El diagnóstico (Falta de empatía, capítulo I)

Capítulo I (falta de empatía)
Parte Primera:

Laura llegaba tarde al trabajo, la cena con su ex compañero se había alargado demasiado. Ahora no sólo tendría que inventar alguna excusa convincente para su jefe, que andaba de malos humos últimamente, también tendría que improvisar algo a su compañero que aún no sabía dónde estaba.

El reloj marca las 10.05 a.m. Los nuevos ascensores, a parte de reloj digital, tienen un sistema electrónico para medir la temperatura, la presión y, cómo no, el nuevo sistema para fichar la entrada; en la parte posterior, debajo de los pulsadores habituales se encuentra el lector láser para huellas digitales.

Laura sigue sin ver a su jefe, pero dentro de un instante se va a tropezar con él, cuando se abran las puertas en el piso 22. Era la segunda vez que faltaba en este mes, pero no estaba excesivamente preocupada. Mantenía una relación con su jefe tan estrecha como peligrosa. Además estaba el aliciente añadido de que su compañero trabajaba en el mismo edificio, justo un piso por encima.

"Quiero irme a mi casa", pensó Laura al ver la cara inexpresiva de Laurence, su jefe. Hacía tiempo que su relación con él era más evasiva que de costumbre.

-Llegas tarde- se pronunció Laurence secamente.
-Perdona cari- dijo Laura de forma juguetona y cariñosa, a la vez que distante.
-!Esto es serio, es un trabajo!. No me hagas perder los estribos…- terminó murmurando él.
-!No es justo!- se apresuró a decir mientras empezaba con la escena de lágrimas. -¿Es que no tienes familia?. Ya veo lo que te importan tu mujer y tus hijos. Yo tengo que cargar con un padre que nadie quiere cuidar porque su enfermedad es tabú para esta sociedad de mierda- acertó a decir entre las lágrimas que goteaban ya por la comisura de los labios.
-No. Calla, límpiate la cara y no hablemos más del tema- contestó Laurence con el absolutismo de quien se cree poseedor de las almas de sus trabajadores.

En el baño Laura limpiaba sus lágrimas de cocodrilo con la satisfacción de haberse librado una vez más del "rinoceronte" (el mote que le había puesto después de la primera noche que se acostaron). Se miró un momento en el espejo; una sombra de tristeza asomaba por encima de sus pómulos, una preocupación incipiente al recordar a su padre se apoderó de sus pensamientos.

Cuando salió del baño, todavía entusiasmada en pensamientos internos, encontró a Mercedes que la saludó con una expresión de preocupación. Lo había oído todo desde su propio despacho, ya que este da al pasillo donde se halla el ascensor.

-¿Estás bien?- se interesó su compañera, que por otro lado, entre rumores y averiguaciones, supo de la existencia de la relación que ésta llevaba con Laurence.
-Si, no es nada- contestó discretamente.
-Cualquiera lo diría, por las voces que oí…- le puntualizó al tiempo que le hizo un gesto señalando al reloj, como queriendo decir que no podían perder ni un segundo.
-Vale, ya nos vemos después de comer- concluyó Laura la conversación. De camino a su escritorio, recordó que hoy era el cumpleaños de su padre.

Laura se apresuró a coger el teléfono, dispuso los números sobre las teclas y se confundió hasta dos veces debido a la expectación que comenzó a sentir; no hablaba con su padre desde hacía casi dos años, y las última noticia que tenía era que estaba internado en un psiquiátrico de la provincia de Cáceres. Cuando al fin consiguió marcar correctamente se oyó a un recepcionista al otro lado.

-Centro Sanitario de Santa Magdalena, dímage- contestaron de forma mecánica.
-Sí, buenos días, le llamo para ver si me puede poner en contacto con mi padre. Es su cumpleaños y quiero darle una sorpresa- se comunicó Laura con prontitud.
-Está bien. Dígame su nombre y el de su padre. Veré que puedo hacer- dijeron desde el otro lado sin el menor síntoma variable en la voz.

Laura se apresuró a encender el ordenador mientras esperaba con el teléfono enganchado en la oreja. No era la primera que lo hacía, en su trabajo era habitual ver a la gente manejando varios teléfonos además del ordenador. Pero esta vez no se trataba de una transferencia bancaria, esta vez era su padre que de un momento a otro iba a irrumpir en su vida como Laura nunca jamás lo hubiera imaginado.

-¿Hola?- se oyó en el auricular. -Laura, ¿eres tú?- preguntó él de forma serena y pausada.
-Si, papá, soy yo. Te llamo para felicitarte por tu cumpleaños. Ya sé que está mal que no recuerde tu edad, pero…- aquí Laura vaciló un instante mientras jugaba dando vueltas al hilo telefónico con su dedo. -Venga dime ¿cuantos cumples?- preguntó de repente.
-¿Que cuántos cumplo?- dijo él en un tono bastante irónico.

Guardó silencio durante un momento y prosiguió: -Hoy no es mi cumpleaños hija. Que yo recuerde siempre ha sido el 30 de Marzo- dijo su padre con voz suave pero firme.
-¿No?- preguntó sorprendida por este detalle. -Pues no sé porque se me ha metido en la cabeza que es hoy. Porque hoy es 30 de Abril, ¿no?- quiso insistir ella, quitando hierro al asunto de su desliz.
-Efectivamente- afirmó con rotundidad, -pero te insisto en que no es hoy, fue el mes pasado- acertó a decir antes de que su hija lo cortara.
-Papá, ¿ya estás otra vez con tus delirios?- proclamó con voz campante para que toda la oficina supiera que estaba hablando con su padre.
-¿Con mis delirios?, ¿para esto me llamas?. ¿Que seas mi hija te da derecho a humillarme de esta manera?- quiso saber su padre, que ya no sabía que pensar.
-No te pongas dramático papá- lo regañó de manera imprevisible. -Deberías avergonzarte de tu actitud- y colgó el teléfono al instante.

Laura estuvo como cinco minutos en estado de conmoción, se había adentrado tanto en sus pensamientos que no oía a su compañera Mercedes que hacía rato la llamaba a su linea personal. Mercedes se levantó hacia donde estaba su compañera, pero, cuando la divisó supo enseguida que algo no iba bien; Laura parecía inmóvil, tenía una especie de tic nervioso a la altura de la comisura de los labios, justo por donde antes corrían abundantes gotas de agua llenas de mentira y falsedad. Mentiras y falsedades que tenían a Laura privada de su excelente elocuencia, algo que hizo que no viera a su compañera, ni como se marchaba con una exagerada cara de preocupación.

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