17 de julio de 2009

Las transgresiones del silencio

a Billy MacGregor.

El silencio, como diría Pepe, es una voz interior.
Si esa voz interior se mezclase, qué sucedería, por ejemplo mezclándola con el fuego, el agua, y el aire.

El fuego crea una expectación en quien lo presencia, genera el silencio a su alrededor, sin embargo no hay silencio en su interior.
Imaginemos unas personas en su nueva vivienda, al principio bien, todo son saluditos y bienvenidas...

En la calle Granada, número ocho, el nuevo edificio acaba de abrir las puertas, sus inquilinos van llegando a cuentagotas, y los primeros han sido los señores de Hidaldo, que viven en el piso 2-A. Jimena, la mujer de Gaspar Hidalgo, ha colocado un bonito felpudo a la entrada (uno de esos que se consigue en los veinte duros), y ya han tenido la primera discusión. ¿Dónde van a esconder los quince kilos de explosivos?.

-Tú quieres tener las cosas sin hacer, y no puede ser. Debemos esconderlo ahora que no hay vecinos, sería bueno que ayudaras un poco.
-Ohh, perdone señora de Hidalgo por mi desliz. ¿Ya se te ha subido el personaje a la cabeza?. Escucha, no tenemos explosivos, no vivimos aquí, sólo somos personajes dentro de la mente de alguien, y es esto lo que debería preocuparnos...
-Sí perdona cielo. ¿Cuando vaya a hacer pis me vas a saltar con lo mismo?. Vamos, qué locura te ha dado, como sigas pensando esas cosas voy a tener que llamar a un psicólogo.
-Eres una santa, sabes que lo eres.
-¿Qué has querido decir con eso?. No estoy para jueguecitos, llevas diez minutos ahí parado en el quicio de la puerta, hemos tenido suerte de que nadie ha subido aún, venga vamos a inspeccionar la escalera.
-No sabía que ahora te dedicabas a inspeccionar escaleras...
-Calla, viene alguien.

Diana ha llegado al portal del número ocho, allí lleva cinco minutos esperando órdenes para la operación policial Ave Fénix. Pertenece a la sección de infiltrados, su misión consiste hacerse amiga de los señores Hidalgo para posteriormente probar las acusaciones, se hospeda en el 2-B.
La orden de apertura de la misión ha dado comienzo, Diana sube las escaleras y encuentra la puerta del 2-A cerrada, y sin mas abre su nueva vivienda.

La pasión de Juana son las películas, en su mochila, aparte de dos prendas, tiene varias tarrinas llenas de dvd's. Lo primero que hace es poner en marcha el reproductor y empieza a ver "El castillo en el cielo", un film de animación japonesa que comienza con unas naves voladoras. Antes de eso estuvo dudando entre títulos como "Rosalie va de compras", "El sueño de Arizona", "Como agua para chocolate", "El amante bilingüe", o "Vidas cruzadas", películas que ya había visto cuando su turno de trabajo la dejaba.
La heredera de "lapuntu" caía del cielo cuando llamaron a la puerta...

-Hola soy Mónica (el nombre que se había asignado a Diana para la misión), vivo justo encima tuyo. Qué tal.
-Bien gracias, yo me llamo Juana, pero me puedes llamar Nita, que es el diminutivo con el que me bautizaron desde mi infancia.
-Está bien Nita, sólo pasé a saludar y conocer a mis nuevos vecinos, de momento creo que somos las únicas, los demás llegarán a lo largo de la semana...
-Si quieres puedes venir por la tarde, por la mañana me levanto temprano para ir a la panificadora y repartir. ¿Quieres pasar?
-No no, sólo pasé a saludar. Voy a seguir colocando cosas en casa, ya nos vemos, ha sido un placer. Hasta luego.
-Ciao Mónica.

En el 2-B, mientras Diana y Juana hablaban, el señor Hidalgo subía las escaleras hasta el ático. El edificio no tiene más que tres plantas con dos letras por piso, y el ático para tender la ropa. Un total de cincuenta metros cuadrados para cada vivienda, cien por piso sin contar la escalera.
En el ático asomó su cabeza, vio una ambulancia que sorteaba los coches avanzando por las estrechas calles, un ciego vendiendo cupones en la esquina, y una anciana con un niño paseando justo en la acera contigua al edificio.
Pensó en saltar, en terminar con toda aquella angustia de saber ser un personaje movido por otro ente, pensó que si saltaba se arreglarían todos sus problemas, y en un arranque de valentía se lanzó al vacío con la suerte de que la camisa se enganchó y lo dejó colgado boca abajo. Estaba muy sobresaltado, no había conseguido nada y ahora su situación era bien distinta, se aferraba a la vida, intentaba darse la vuelta para volver a subir, poner las manos sobre la cornisa y volver a nacer. Pero la fibra textil cedió ante movimientos tan bruscos, finalmente, con una suerte increíble quedó colgado de la ventana de la casa de Diana. La ventana estaba cerrada, se vio obligado a romperla, suponiendo éste que aún no había nadie.
Dentro no había nadie, pero al cabo de dos minutos, cuando quiso abrir la puerta para volver a su casa, Diana se encontraría de frente con él, y ella sacó rápido su arma reglamentaria propinándole un disparo certero en el hombro izquierdo, casi al lado del corazón. Cayó desplomado, abatido de un sólo tiro, Diana avisó a sus superiores que enseguida pusieron a todo un batallón de policías.
Jimena al oír el disparo intentó salir, pero se detuvo al ver por la mirilla a su marido tendido en el suelo, pensó que era el fin, y cuando vio la cantidad de coches y policías en el lugar se le ocurrió hacer explosión allí mismo. Las gotas de sudor le corrían por la cara, con quince kilos de ese explosivo podía derribar medio edificio. Contó hasta diez antes de presionar el detonador; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... y en ese momento la puerta se abría ante la estupefacción de Jimena. Cuatro policías uniformados contemplaban el detonador en su mano, era cuestión de décimas de segundo, o ella haría saltar por los aires todo. Un disparo acertó en la mano, otro en la cabeza, y otro en el muslo, tres disparos casi simultáneos que implantaron en Jimena una mueca de dolor que se transformó en una maquiavélica sonrisa un segundo después, pues la fuerza y la cordura aún no la habían dejado y se disponía a detonar en aquel instante.

El agua es capaz de meterse en los lugares más insólitos, en todos lo recovecos que jamás se puedan imaginar, en cualquier lugar por profundo que parezca. Y para comprobarlo está, por ejemplo, la humedad de las paredes del edificio de la calle Granada, número ocho...

Han pasado cuatro años desde la inauguración del edificio, desde entonces se pude incluir en su historial un intento de suicidio, una explosión fallida, dos detenciones, y una humedad creciente. Donde antes vivían los señores de Hidalgo, ahora, después de varios huéspedes, vive Ernesto, un chico joven que se dedica a la informática y también le gusta escribir historias fantásticas que nada tienen que ver con la realidad.
El otro día empezó escribiendo un cuento sobre una mujer que saltaba al vacío y volaba por toda la ciudad durante seis segundos para el resto de los mortales, y durante seis milenios para su percepción individual, el cuento estaba casi terminado, cuando, de entre las paredes pareció salir un grito.
Al principio pensó que era su propia tripa que le pedía alimentarse, pero de nuevo el grito se escuchó con más fuerza, las luces de la habitación empezaron a parpadear, y como por arte de magia apareció la mancha en la pared de una mujer, como una sombra proyectada.
Ernesto tocó la mancha de la pared averiguando que se trataba de humedad, la pared se desgajó unos milímetros con sólo pasar un dedo, entonces empezó a arañar y a hacer un importante agujero hacia dentro de poco más de un metro. Era simplemente inconcebible que un edificio nuevo tuviera paredes de un metro, entonces paró y la luz dejó de alumbrar porque saltaron los plomos.
"Esto no se puede quedar así", -pensó en un momento de inusitada excitación-. Esa noche no pudo dormir, y al siguiente día llegó tarde al trabajo que estaba a unas tres manzanas de su casa, razón principal por la que había escogido aquella vivienda pese a su mala fama de lugar encantado. Oyó tantos ruidos aquella noche que por el día seguía oyendo toda suerte de sonidos misteriosos, estaba tan sobresaltado y angustiado que se sintió la necesidad de salir del trabajo y volver para averiguar más.

El 1-B lo ocupa por una familia con dos niños pequeños, están siempre armando jaleo y peleando por los mismos juguetes, y por lo general su madre grita tanto que se la puede oír desde la calle.
Ahí está otra vez Rojelia -se dijo Ernesto mientras abría el portal-. Subía las escaleras con sumo cuidado, no quería perturbar la tranquilidad que de repente había en el 1-B, ya que por lo general la puerta estaba abierta y los gritos inundaban la escalera con tal majestuosidad que pareciera un concurso de chillidos. Abrió la puerta de su casa, la oscuridad impregnada en el interior, un olor ácido sale de dentro, y las ventanas no dan la imagen que se podía esperar de la calle. Vio con verdadero terror como una de las ventanas se abría, más allá un tenue rojo inundaba lo que vendría a ser el cielo, no obstante dudaba que la casa estuviera encantada -esto debe tener alguna explicación física-, se dijo mientras caminaba hacia el interior.
La puerta se cerró fuertemente, del techo comenzaron a caer finas gotas que simulaban una llovizna, las paredes llenas de manchas por todos lados lo sobresaltaron, empezaron a moverse vertiginosamente una figuras amorfas. Ernesto creyó estar soñando, vio convertir la casa en una caverna oscura cuyas ventanas simulaban agujeros por los que se escapa un intenso humo denso, y tras esto una descolorida iluminación del violeta al rojo magenta, anaranjado e impresionantes azules apagados resplandecen por la cueva profunda.
Sintió la necesidad imperiosa de ir tras las ventanas, de descubrir que innumerables enigmas había en aquel reino inexplorado, se trataba de una puerta al infierno -pensaba ahora, desechando la idea de que algo físico pudiera dar origen a aquello-.
Cuando puso los pies sobre lo que antes era la ventana cayó, cayó con gran lentitud entre resplandores de colores apagados y oscuros...
La vecina del 1-B, que estaba asomada por la ventana fumando un cigarro, se quedó estupefacta al ver como caía por la ventana el chico del piso de arriba. Se quedó muda cuando lo vio, el impacto con el bordillo de la acera, su cabeza, salpicó los sesos por todo el portal.

El aire, a menudo se piensa en el aire como una expresión de libertad, de sencillez, y de gas inerte capaz de darnos un soplo de vida. Pero el aire se mezcla con el silencio en el ático de la calle granada, número ocho...

La ropa tendida se va impregnando, el destino del aire es purificar pero este aire es diferente, crea su propia realidad con el aroma del edificio...

Tengo pensado continuar la historia, no sin antes mencionar a Billy que, no le gusta que le dediquen cosas, y apoyado en la pared me dijo que estaba mal expresado lo del aire extraño. Y según esto la forma adecuada es: "La ropa tendida se va impregnando de un aire purificado, diferente, y a la vez, sin nada en particular. El aroma del edificio es igual al de cualquier edificio" -y prosigue diciendo- "una vez que el edificio deja de existir el aroma es recogido por el viento y recorre el mundo para instalarse en otro edificio hasta que los acontecimientos se repiten, en sucesión, en una interminable escalada que riega al mundo en lo que llamamos costumbres. Nuestras costumbres son las costumbres de otros, las palabras son las palabras de otros, los pensamientos son los pensamientos de otros, pero, siempre es diferente porque el viento todo lo recicla, lo convierte diferente, como si tocáramos una nota y, en vez de como sonaba hace miles de años, suena ahora como suenan mis palabras."

Nuestras notas, nuestro viento, nuestro mundo, suena, es muy ruidoso. Se comporta de forma extraña y aleatoria, indudablemente el viento ha tenido que cambiar muchas veces de dirección, y siguiendo una de esas direcciones he llegado aquí, ha de venir un vendaval para que me lleve a otro sitio, para que mis palabras no sean el ruido que ahora escuchas, para que no sean de este mundo, para que se las lleve el viento, para que dichas de alguna forma se comporten como notas, y la música resultante no sólo se convierta en una costumbre más de este mundo, sino que sea una necesidad durante la vida que queda.
Pero no le interesan las notas, lo que quiere es ver una nube, hablar de la vida, de la muerte, de todo en general, y de su amor por este mundo que no tiene límites.
Al parecer, sólo al parecer, y con ese parecer me quedé, creí entender que no quería continuar con la historia del viento. Entonces hice un alto en el camino, como el que se para a tomar algo en el restaurante que hay al lado de una gasolinera. Allí, en el apartado donde donde siempre es la misma hora, donde no sucede más de lo que se cuenta, donde el aire se que se respira está hecho de palabras, donde mi ojos no ven más que una mezcla de la imagen que proyecto sobre el papel en blanco, sobre las curvas que mantienen vivo un texto hasta el final, estaba el amigo Billy MacGregor en persona.

- Dime Billy ¿un café?
- Claro, joder, vaya pregunta.
- ¿Porque te gusta matar a la gente en tus escritos?
- Pues la verdad es que no lo sé, pero si te fijas el único que se a quejado de ser un personaje es el señor Hidalgo. Que digo, cómo coño pudo tomar conciencia de su propia existencia. Y lo peor, qué personaje era antes de ser el señor Hidalgo...
- ¿Lo encerraste en una cárcel?
- No, al final me dio pena y lo cambie de nuevo de identidad.
- Pero, quién es.
- Lo convertí en su esposa, Jimena, ¿te das cuenta, es introsexual?
- Y eso, qué coño significa.
- Significa que la persona en cuestión mantiene relaciones con sigo mismo pero con otro cuerpo, o lo que es lo mismo, que hay dos señores de Hidalgo.
- Estás colgado macho...
- Sí, pero a que no esperabas un final que no se pareciera a los demás.
- Tonterias, todos los finales son el mismo repetido, son el final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario