14 de junio de 2009

La mariposa de "H"ierro

Del huevo translúcido de la crisálida, mientras queda huérfana la mañana, se escucha el crujir de hielo que hará salir una mariposa de hierro. Predestinada a bailar por los confines del hemisferio, pasará batiendo sus alas durante más de quinientas horas, salvará llanuras y montañas ascendiendo por las corrientes de aire caliente, huyendo de las frías; angostas y huecas.
Por cada hoja que cae de los árboles sus alas pesan menos y se transforman en otro material que, más ligero, baila aun más alto. Saliendo de la propia atmósfera, alimentándose del helio que llevan en su interior, las alas se regeneran por completo para ser de seda blanca que, captando la luz ultravioleta del sol, le da un aspecto heterogéneo, hondo, y espectral de una flor de azahar.
Estas mariposas salen al espacio y allí se reproducen con otras de su especie. Es entonces cuando dejan caer un diminuto huevo que se queda enredado en las nubes altas. Después de este cortejo, de una duración apenas perceptible de seis segundos, las mariposas acaban en la luna, pactando con ésta la creación de un nuevo cráter, sumidas en un sueño eterno que no tiene tiempo.
Herméticos en las nubes, sólo algunos huevos caerán a la superficie, quedando otros incrustados en el estomago de las aves. También se la conoce como la mariposa del hipocampo, ya que hay gente que dice verlas en sueños cayendo en la tierra, convirtiendo lo que tocan en un hermoso huerto de hortalizas que contienen la "H" con un semblante a rima parlante.

Pero algo sucedió al margen de la "H", la cual, tras una lluvia torrencial, se inundó de palabras esdrujulizadas, y de ahí, salieron sub-especies nuevas a la mariposa de hierro.
La de acero inoxidable, muy fácil de identificar, porque aparte de tener a las consonantes en su vuelo (como un ligero zumbido), recoge de las flores porciones de pétalos, las deposita en la Antártida, y su lugar de reproducción es cambiante, ahora su dinámica es situarse al sur, al sur de Nápoles.
Luego vinieron las escandinavas, que junto a su color errático entre verde y rojo frambuesa, se sitúan al norte del Sáhara. Vuelan con impulsos eléctricos, con una gama alta de diversas formas, como máquinas, como verdaderos ejércitos rozando las pirámides del desierto.
Las poligoneras baten sus alas una vez al año, esta sintética forma de volar les ha devuelto al principio natural de las especies, son seres con alas cóncavas que aprovechan el sol para volar y alimentarse. Actualmente están en vías de extinción, pero se calcula unos mil ejemplares en el continente asiático, y doscientos en la escuela botánica del reino Amazonas.
La inglesa, llamada así por su aspecto acrobático cuando vuela, es enteramente blanca. Son de cálculos exactos porque desde que salen de su crisálida hasta que mueren, como una parte de su genética, pasan exactamente seiscientos años, y un día. Ese último día es cuando se produce una alineación de la Vía láctea que hace posible su matemática muerte, pero también, su matemática reproducción, pues de cada una saca un huevo que se convertirá directamente en crisálida.
Las románticas son muy diferentes, merecen un apartado distinto, para hacer referencia a su frenética marcha, a su islámica procedencia, a sus alas de hexágono, a su cavidad en forma de helicóptero, y a su manifestación del amor en forma de triángulo. Viven en el Atlántico, debajo del agua, y sólo salen una vez al año para escribir un epígrafe que mantienen escondido en las tierras de la Atlántida. Su corazón es de hierro, y no necesita palpitar para mantenerse vivo, hace la fotosíntesis, nunca muere, y por eso es la especie más longeva sobre la tierra.
Las que lanzan frémitos son las doradas, bellos ejemplares nacidos para el deleite del vuelo hermético. Sus patas, larguísimas palabras forman sobre la corteza de África, y larguísimos textos han escrito por el mundo; Normalmente en una lengua que nadie entiende, y que el viento frívolo borra a su paso. Son dueñas de la aristocracia insípida que sólo ellas practican, su particularidad las hace únicas a la hora de volar. Su corte minimalista es fríamente calculado, y son enteramente sociales sólo en lugares húmedos.
Las herbáceas, llamadas así por la góndola de color verdoso donde viven, se desplazan continuamente por todos los mares, no saliendo ésta si no es necesario. Su hábito no es volar, sino navegar y navegar. Los diferentes estados por los que pasa la hacen encontrar un cónyuge en el preciso instante que, la góndola (de verde pasa a rojo oscuro) se ilumina en un decálogo de infinitos matices, se abre al cielo mostrando Júpiter, y crea una partícula elemental de la que nace, lo que en principio parece una bola metálica, una herbácea que tendrá que navegar sola hasta que encuentre su hábitat, su glándula, su góndola mágica.

Una de estas sub-especies saldó las cuentas tramitando vocales en vez de consonantes, y así se crearon las mariposas de Marte, que gracias a su adaptación al planeta ya no son esdrujulizadas, sino más bien llanizadas y agudizadas.
Esta especie, única del sistema solar que vive alimentada de las rocas marcianas, está en perfecta comunión con la tierra (Marte). Posee unas antenas que permite mandar mensajes de roca en roca, y dejando un rastro de esquemas componentes de un lenguaje que sólo ellas pueden entender. Son capaces de transformar sus alas en un arco de colores que cambia según la tonalidad, y esto les sirve para comunicarse entre iguales, o para manifestar su enfado o alegría. En su mayoría se mantienen durante la mayor parte de año (año marciano) bajo las aguas subterráneas de los montes más altos, saliendo al exterior durante el frío invierno al que está acostumbrada. Una especie de la cual todavía no se sabe mucho más.

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