24 de febrero de 2009

Sé que siempre me llamas tesoro, que yo siempre te llamo Corazón, que nuestros nombres no tienen letras, y que las letras son el tesoro que guarda el corazón como un almirante en alta mar sumido al canto de las sirenas que lo saludan.
En tres atardeceres diferentes, giran en uno u otro sentido; razón que vierte sobre las aguas estas palabras que brotan del manantial de cada mar.
A veces me pregunta, el viento palpitante; cómo son las olas que eligen sus voces en el horizonte y le cantan al almirante aquella bella canción. Yo sólo lo miro y le digo con la mirada (mira mis lágrimas que sangre derraman, y mira mi sangre que llanto se tornan) algo que no se puede decir con palabras. Y después el viento me vacía de mares y océanos para que me vuelva a reír de mis lágrimas. Y así el tiempo seca la coraza que reviste al amor en cada bombeo de mi sangre física; como un reloj que aloja y desaloja según el favor del viento, como un molino dando vueltas al rededor del sentimiento producido por el paso, la secuela, el devenir, del sonido que toca el timbre del tiempo bajo las cuevas infinitas del presente.
Secuestrada en una burbuja; la bella dama de rojo la amontona en sus rincones por doquier, y la levanta en el último peldaño de la escalera que la vida tiene preparada para cada ser, con las herramientas necesarias dentro del conocimiento del corazón, e inundando de vida el alma dentro del cuerpo que se convierte en tesoro con el paso del tiempo, con el paso de la vida, con el paso de los caminos que escriben cada linea de la esfera que rodea los círculos del amor.

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